El deseo animal y el deseo humano
El deseo es una de las palabras que más solemos usar de las formas más ambiguas, como si valiera para cualquier necesidad, cualquier objetivo, cualquier querer. Y es que maltratar las palabras es una de nuestras costumbres cotidianas. Convengamos inicialmente en suspender el significado que tenemos de la palabra deseo. Así podremos adelantar un posible análisis, muy pequeño, de esta palabra, para así, más adelante, poder pensar el amor y la muerte.
Una de las asociaciones más comunes de la palabra deseo es en el sentido de una necesidad o una apetencia. Otro, todavía demasiado a mitad de camino a un significado intrínseco, es el de objetivo. Tomemos la primera opción. Si nos atrevemos a proponer una generalización, podríamos decir que las necesidades y las apetencias no son, de ninguna manera, potestad del ser humano. Todos los seres vivos parecen tener necesidades y apetencias. El hambre, la reproducción, el descanso, entre otros, hacen parte de aquellas necesidades y apetencias de todos los animales —dejaré rápidamente de lado la biología, para evitar hablar de lo que no sé—, y a cada una de ellas le acontece una actividad. El animal hambriento sale a buscar su comida como bien pueda: cazando, rebuscando, luchando; en todo caso, sale en la búsqueda de cumplir con su apetencia puesto que en ningún caso se le es satisfecha de manera automática. Así pues, ubicamos rápidamente un objeto de la apetencia y un ‘sujeto’ que sale a su búsqueda, y podemos decir que el fin de ésta es el consumo del objeto. El hambre se satisface literalmente consumiendo el objeto buscado, pero en todas las otras necesidades es igualmente válida la analogía; el objeto es consumido en retribución de una satisfacción más o menos momentánea que anula la necesidad. El consumo del objeto buscado es una negación del objeto, precisamente porque lo consume, porque deja de ser, y es, al mismo tiempo, una negación de la búsqueda precedida, puesto que una vez satisfecha la necesidad, no hace falta salir a buscar más.
Insuficiente, como suelen ser las analogías entre lo humano y lo animal; pero vacilaríamos en concluir que los animales son sujetos deseantes, y que no despliegan una vida como la humana por una falta de desarrollo cerebral. Si algo vemos en esta primera aproximación, es que siempre hay un objeto, pero la búsqueda no dice nada del sujeto que satisface la apetencia. Si tratáramos de ubicarlo, encontraríamos un individuo, un «Yo» del cual no podríamos decir nada, y ni siquiera este mismo podría decir nada de sí. Así pues, esto nos permite definir, al menos, un primer concepto de deseo: el deseo de un objeto, esto es, la búsqueda por la satisfacción de una necesidad o una apetencia. Es evidente que esta clase de deseos, en el sentido de una necesidad en relación a un objeto, juega un papel en toda la vida humana, en tanto animales que somos. Pero no podríamos afirmar que la necesidad agota todo el espectro de las búsquedas humanas.
El deseo humano debe de ser otra cosa. Debe de decir algo no sólo del objeto sino del sujeto que desea (imprecisión, como veremos, pues no hay sujeto que desea sino sujeto-del-Deseo). Si seguimos la interpretación de Kojeve sobre la Fenomenología del Espíritu, el Deseo humano debe de tomar por objeto algo único y diametralmente opuesto al objeto de la necesidad, que pertenece esencialmente al reino animal. Debe ser algo que revele al sujeto que desea, es decir, que no sólo le permita decir «Yo», sino que empuje la locución «Yo…», puesto que lo que vendría a continuación del «Yo» será, en verdad, el sujeto: aquello que empuja a ese «Yo»; pero no nos adelantemos.
El único objeto que el deseo puede tomar que no es enteramente un objeto, es decir, que no es un objeto que se pueda poseer y consumir, sino un objeto no natural, superando lo inmediatamente real del objeto de la necesidad es, precisamente, otro deseo. El deseo humano —el Deseo— es el deseo de un deseo; es el deseo que ha tomado otro deseo, el deseo de otro ser, como su objeto.
Esta proposición tiene varias implicaciones interesantes. El ser humano, inicialmente, sólo posee necesidades, en el sentido de un deseo animal. Sin embargo, cuando hablamos de un sujeto, en el sentido de una consciencia humana, tenemos que considerar un deseo humano. Ese deseo, al tomar por objeto otro deseo, implica que ese ser no está sólo, es decir, que el ser humano no se desenvuelve como un individuo solitario, sino en medio de una pluralidad (Hegel dirá que ese individuo solitario es una abstracción). Ahora bien, podemos hablar de que ese Deseo también apunta a ‘consumir’ su objeto y satisfacerse, es también una acción negadora, pero lo hace de una manera distinta: no hay en realidad objeto a consumir, sino un desenvolvimiento; el Deseo apunta a todos los valioso que encuentra en el deseo del otro, de manera que su satisfacción es llegar a desenvolverse en esos valores, y no tomar esas características como objetos. Más precisamente,
«Su subsistencia en la existencia significará para ese Yo: “No ser lo que es (en tanto que ser estático y dado, en tanto que ser natural, en tanto que “carácter innato”) y ser (es decir, llegar a ser) lo que no es» —Kojève
En este sentido, podemos interpretar que el deseo humano se caracteriza por una falta, una carencia en el ser del sujeto, y que la búsqueda por la satisfacción de ese Deseo es no otra cosa que la búsqueda del ser, del llegar a ser mismo. Este llegar-a-ser es un lugar y un proceso en el tiempo; así pues, el ser que desea es inmediatamente un ser histórico. Ahora bien, la satisfacción de ese deseo de ser es particularmente distinta a la del deseo animal. No se consume, sino que se es; no toma al otro por objeto, sino su deseo, luego debe mantener una distancia respecto al otro, y desenvolverse en lo que puede tomar de ese deseo. Así pues, estrictamente, el deseo de un deseo es un vacío, puesto que no tiene un objeto concreto que se consuma, y en la medida en que se sostenga esta distancia, este vacío, la satisfacción de este deseo será una acción concreta y progresiva; es una actividad del ser, o bien, podemos decir, es trabajo.
«El individuo no puede saber lo que es antes de traducirse en realidad mediante la acción» —Hegel.
La vida y la muerte
Si seguimos la interpretación de Kojeve, el valor del deseo animal es la conservación de la vida, el «instinto de supervivencia», si tal cosa existe. El deseo humano, entonces, debe de oponerse a este deseo animal; es decir, no debe de apuntar a salvaguardar la vida:
«La realidad humana se crea y se revela en tanto que realidad en y por ese riesgo; la realidad humana “se acredita”, es decir, se muestra, se demuestra, se verifica y da muestra de ser esencialmente diferente de la realidad animal, natural, en y por ese riesgo» —Kojève
El deseo humano no es el deseo de conservar la vida, de su protección o preservación, no es una necesidad o una apetencia, sino que es una falta del ser que se satisface no consumiendo su objeto de deseo, sino llegando a ser siendo, incluso al coste de arriesgar la vida para alcanzarlo. Esto nos permite pensar una relación directa entre el deseo, el trabajo (para ese deseo), y la satisfacción. La satisfacción alcanzada por ese deseo no es la misma que al del deseo animal. Con cierto cuidado, podemos llamarla goce para distinguirla. Vemos que este goce está inmerso en el reconocimiento por parte del otro, de que el otro reconozca el Deseo propio en el sentido de lo que se ha llegado a ser, o bien, de lo que se es, puesto que será cierto no simplemente en lo subjetivo, sino que objetivamente será verificado, en la medida en que está reconocido por los otros. Finalmente, el alcance de, al menos, este corto concepto de deseo es amplio: la vida se arriesga a pesar de todo por alcanzar lo deseado, de modo que el sentido fundamental de la vida está en términos del deseo humano. El ser deseante está en todo momento en una relación directa con la muerte. Por ello, podemos pensar que la vida conserva su sentido en la medida en que está en riesgo por alcanzar lo deseado.
En la teoría hegeliana, esto tendrá repercusiones importantes en lo que se llama la dialéctica del amo y el esclavo. Esto lo vemos porque en la lógica del reconocimiento, sabiendo que el deseo humano es también negación, que el otro reconozca nuestro deseo pasa por el hecho de que nosotros neguemos su deseo para que reconozca el nuestro, lo cual implicará una lucha a muerte en la medida en que el sentido de la vida viene dada por la satisfacción por lo deseado. Y sin embargo, la lucha no se resuelve con la muerte, puesto que, muriendo alguno de los dos, no quedaría un otro que pudiera reconocer ningún deseo. Así pues empieza la dialéctica del amo y el esclavo, que por ahora quedan por fuera del alcance de esta pequeña nota, igualmente en su relación con la melancolía, puesto que, siguiendo así, trabajando por su deseo (que no es suyo, sino del otro, del amo), el sujeto entrará en una contradicción, que Hegel llama la conciencia melancólica. Sin embargo, este concepto, creo yo, también es fundamental para una interpretación del amor y la melancolía, que adelantaremos en posteriores notas, así como también en el concepto de deseo que propone Lacan. Pero por ahora, dejamos acá.
Refs:
Introducción a la lectura de Hegel, Alexandre Kojève. Editorial Trotta, 2016.
Fenomenología del Espíritu, Hegel. Fondo de Cultura Económica, 2017.